jueves, 30 de agosto de 2012

Los jacobinos surrealistas* x Alain Jouffroy

NOTA DE EL ANTICRISTO: Di con Alain Jouffroy mientras leía el tratado político de Michel Onfray Politica del Rebelde. Allí Onfray elogia el texto de Jouffroy De l'individualisme révolutionnaire´(Sobre el individualismo revolucionario). Alain
Jouffroy es un tardio miembro del grupos surrealista de paris liderado por Andre Breton. Jouffroy fue un activo participante dentro de las revueltas del mayo del 68 ademas de poeta y escritor. Para una biografía sobre su vida y obra ir aqui a el artículo sobre el en wikipedia en idioma francés

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“Durante el intervalo que separa a esta guerra de la anterior, el concepto de libertad que había destellado con un brillo y un prestigio extraordinario en los días de la revolución Francesa, en la misma Francia estaba ahora en proceso de desconocerse y de perderse”.
André Breton, Arcane 17 , p.113.

¿La revolución surrealista no es acaso la gran revolución jacobina del siglo XX? Hace diez años la comparé con la revolución de 1917. Esta comparación que era provocante, por no decir fuera de lugar, se ha considerado exagerada: es al observar el rol de los jacobinos durante la revolución francesa que las intenciones y acciones surrealistas pueden medirse con mayor precisión. En el mismo sentido que Louis Aragon nombró en 1925 al “proletariado del espíritu” (1), el surrealismo, que se ha autodenominado “el comunismo del genio”, al introducir de manera sistemática los métodos y el lenguaje revolucionario en el ejercicio de todas las facultades intelectuales, en todo caso ha creado un movimiento irreversible. Todavía hoy en día esta mezcla explosiva escandaliza: nunca se le perdonará a Breton el haberla posibilitado. Pues en verdad se admite que los surrealistas hayan sido “grandes escritores”, poetas, provocadores o aún víctimas del orden social, suicidas o enfermos mentales, pero nadie se atreve todavía a defenderlos hasta el final por aquello que querían ser: verdaderos revolucionarios, o más exactamente: – individualistas revolucionarios – como lo fueron los jacobinos.
La descendencia jacobina se evidencia desde la aparición, el 1º de diciembre de 1924, del primer ejemplar de La Revolución Surrealista , en que la célebre frase de Aragon en Une vague de rêves , se produce en la cubierta: se trata de llegar a una nueva declaración de los derechos del hombre y algunos meses después, el 15 de julio de 1925, en que al tomar la dirección de la revista André Breton, a la altura del 4º número escribe sin temblar en el artículo editorial: “… estamos decididos a acabar de una vez por todas con el antiguo régimen del espíritu…” de este modo vemos cómo desde el comienzo mismo del surrealismo, aparece la revolución francesa en el trasfondo. Y no dejará de hacerse presente como el telón de fondo privilegiado de las declaraciones y textos más importantes de Breton hasta los últimos años de su vida; como punto de referencia y última medida de toda su acción, de todo su resplandor .

La “Pasión de tener razón” 

Desde el primer manifiesto colectivo que firmaron en octubre de 1925 con los marxistas de la revista Clarté , los surrealistas declaraban: “Nosotros somos la rebeldía del espíritu, consideramos la revolución sangrienta como la venganza del espíritu humillado por vuestras obras. Nosotros no somos utopistas; no concebimos esta revolución más que en su forma social”. Victor Crastre es quien relata el primer encuentro de los comunistas del grupo “Clarté” con los surrealistas: “al caer la noche en la tienda de la calle Jacques Callot, lugar convenido de la cita, Aragon pidió desde un comienzo que se cerraran las cortinas de hierro: “el barrio infestado de comerciantes de telas no es seguro (2)”. El objeto de estas reuniones en las que el orden del día se fijaba con anticipación y en que los socios se comprometían a guardar total secreto, era una revista común que nunca apareció, denominada La guerre civile .
Los encuentros que tuvieron lugar mucho más tarde (1935-1936) en el café de la alcaldía de la plaza Saint Sulpice, entre el “grupo Sade” dirigido por Breton y el “grupo Marat” encabezado por Bataille, estuvieron marcados también por la misma voluntad intransigente y por discusiones todavía más violentas. En todo caso, para los surrealistas de 1925 está claro que la “idea de la revolución es la mejor y más eficaz salvaguardia del individuo”: la misma conclusión del manifiesto La révolution d'abord et toujours que Artaud firmó con Breton, Aragon, Crevel, Leiris, Desnos, Ernst, Eluard, Masson, Péret y Soupault. Yo no se si en ese momento las decisiones se tomaban por mayoría o por unanimidad, pero se sabe que en estas reuniones de la calle Fontaine, así como en aquellas del Café Cyrano, Plaza Blanche, reinaba una atmósfera muy eléctrica en la medida en que la pasión de tener razón animaba a todos sus protagonistas.
Esta pasión, por sí sola, purificaba todo. En la Declaración del 27 de enero de 1925 los surrealistas afirman: “Nosotros hemos unido la palabra surrealismo a la palabra revolución únicamente para mostrar el carácter desinteresado, desapegado y aún del todo desesperado de esta revolución”. No se trata de salud pública, pero el desinterés revolucionario preconizado por los Jacobinos como la virtud más necesaria para la victoria se pone muy concientemente de manifiesto en la declaración. La violencia subversiva está asociada a ésta, como la espada a la balanza de la justicia: “Nosotros somos especialistas de la rebelión. No existe un medio de acción que no seamos capaces de utilizar cuando sea necesario”.
Los surrealistas no se refieren en este caso a la ley sino a la propia libertad confundida con la ley suprema, suspendida como la guillotina que cortará ante sus ojos todo lo que se eleve contra ella. Por otro lado los surrealistas retomarán en sus manifiestos: Abran las prisiones, licencien al ejército, no hay crimen de derecho común (3) la célebre frase: “No hay libertad para los enemigos de la libertad”, como si se les atribuyera pura y simplemente a ellos mismos. Citarán de nuevo esta frase en 1936, con el fin de denunciar a Gil Robles, “el hombre del fascismo español”, de quien exigen que sea arrestado en Francia.
En estas frases la ideología jacobina no funciona como un modelo para los surrealistas, sino que permanece por encima de su propio pensamiento, como un doble inconsciente y muy escondido de sus propias exigencias.

La calle de París, los Estados generales 

Lo que los surrealistas quieren de verdad es que estalle la revolución en Francia: harán todo lo que esté en su poder por ello, pues están “bien decididos” “a hacer una revolución” que como lo hemos visto, no es solamente del “espíritu” sino desde 1925 “social”.
“Hasta 1925 –escribirá Breton en 1952– es asombroso que la palabra revolución, en lo que tiene de exaltante para nosotros, no evoque en el pasado más que la Convención y la Comuna. Uno se da cuenta por la manera en que la utilizamos, que somos más sensibles a los acentos que ha tomado en la boca de Saint-Just, de Robespierre, que a su contenido doctrinal. Esto no quiere decir que la causa de los revolucionarios del 93 o del 71 no la volvamos íntegramente nuestra (4)”.
Pues nunca, en ningún momento , Breton y sus amigos han querido limitar su acción a la literatura, a la poesía ni tampoco al mundo de las ideas solamente. Pero la desgracia histórica ha querido que nunca se apoyaran en ninguna forma política real y que el partido comunista se comportara con ellos de la manera más limitada y sectaria.
Los Jacobinos conversaban todas las tardes entre las 5 y las 10 de la noche en el Club del Faubourg Saint-Honoré, pero Le Journal de la montagne no era el único que les hacía eco; toda Francia los escuchó y la propia Convención acabó por responder a su voluntad, pues hablando en nombre de todos, agitaban una mayoría revolucionaria que transformó todo el país, por no decir a toda Europa. Por lo tanto no existe ninguna medida común entre éstos y los surrealistas, que también se reunían todas las tardes en el mismo sitio, El Cyrano y que fuera de esto abrieron una Oficina de investigaciones en la calle Grenelle, que junto con el club estuvo abierto al público durante un poco más de tres meses, desde el 11 de octubre de 1924 al 30 de enero de 1925, día en que decidieron cerrarlo. Sin embargo no puede dejar de descubrirles similitudes secretas; desde esa confianza común que tenían en las discusiones y en las reuniones cotidianas, hasta en ese deseo constante de captar la voluntad de los desconocidos y de convencerlos a unirse a la acción inmediata.
Del mismo modo que la palabra de Robespierre era escuchada más a menudo entre los Jacobinos que en la Convención, aún en los días del 94 que tramaron su caída antes del 9 thermidor, y así como la palabra de Saint-Just fue muchas veces determinante en las decisiones del Comité de Salud Pública, la palabra de Breton y sus amigos, más que la escritura y los textos , ha creado el campo magnético permanente del surrealismo: ese mismo campo en que se ha desplegado la acción cultural más subversiva que se haya ejercido en Francia a partir de exigencias aparentemente “literarias”. En ambos casos el desbordamiento que ha transformado la “palabra” en acontecimiento tuvo lugar; por lo tanto desde un punto de vista histórico y aunque los resultados no son inmediatamente comparables, se debe reconocer que a pesar de su permanente voluntad de restauración y de la complicidad que encuentra todavía hoy en las casas editoriales, periódocos y revistas, el “antiguo régimen del espíritu” ha sido puesto en peligro irreversiblemente por la revolución inaugurada en 1924. En realidad no es (contrariamente a lo que dicen los pequeños termidorianos del surrealismo) una “historia terminada”, puesto que esta revolución no deja de descubrir cada año nuevos enemigos tanto en el nivel teórico como en el práctico que define la ligazón poesía/revolución (que repite cambiando de términos la ligazón clásica filosofía/revolución). Breton y los surrealistas se han “apropiado integralmente ” de la causa de los revolucionarios del 93 porque una asombrosa similitud en el comportamiento individual con respecto a la sociedad futura los empujaba, del mismo modo que a sus antecesores, a provocar la aceleración de los acontecimientos mediante la palabra y los escritos. Por lo tanto existe una identificación semiconsciente de los surrealistas con los Jacobinos, y si ésta ha reforzado a Breton en sus exigencias y clarificado su táctica personal con relación a otros grupos de intelectuales revolucionarios, no le han evitado ciertos errores de tolerancia ni la soledad de la incorruptibilidad: su grandeza, que no deja de perpetuar la luz única de Robespierre y de Saint-Just, reside en esa temeridad para afontar todos los escollos y en esa tranquilidad ostentosa con respecto a la posteridad.
Cuando en el año 2016 se publique la correspondencia de Breton, del mismo modo que hoy se publican los archivos de la revolución del 89 y de la Comuna, nos asombrará el rol múltiple y tal vez desmesurado pero siempre digno, que jugó Breton en sus relaciones con todos aquellos que lo han abordado, criticado, insultado, amado y aplaudido. El que Breton haya pedido un término de 50 años para publicar sus cartas, correspondía a una medida de prudencia destinada a proteger a todos aquellos que han verificado su inmensa capacidad de comprensión, la cual estaba en relación directa con su capacidad de rechazo. Las contradicciones de tipo político o sentimental que lo han podido dirigir y también a veces extraviar se inscriben en una misma trayectoria: la de un hombre que ha desesperado de todo y que a pesar de ello ha esperado lo imposible. Por ejemplo nunca ha dejado de creer que una revolución era susceptible de cambiar por fin a Francia y como muestra de esto tenemos lo que dijo en su última entrevista publicada: “sea lo que sea yo pienso que si aquí –en este país en particular– la situación empeorara considerablemente, la izquierda sería llamada a renacer de sus cenizas. Confirmé esto al asistir hace algunas semanas a dos emisiones televisadas muy bellas, parte del programa titulado La Terreur et la Vertu . Yo creo que ni una película como El Acorazado Potemkin deje a los espectadores más temblorosos. Calculé el número de espíritus jóvenes que guardarían la huella de estas películas y me persuadí de que nada estaba perdido. Los nombres de Robespierre y de Saint-Just, así como el de Fourier, Flora Tristan, Delescluze y Rigault, no han dejado de sonar bajo las calles de París, aunque por ahora estén cubiertos por un rumor de rebaños (5)”.
Para Breton no hay duda de que la corriente que pasa de los revolucionarios del 93 a aquellos del 71, sigue pasando en Francia por medio de los surrealistas, y que no es la misma corriente que hizo posible 1905 y 1917 en San Petersburgo. El surrealismo, tal como él lo escribió, sigue siendo esa pasarela por encima del abismo (6) que permite transmitir la corriente hacia las generaciones futuras (los “espíritus jóvenes” que “guardan la huella” y que hacen que “nada esté perdido”).
En 1931 los surrealistas querían que uno leyera: “La Mettrie, Young, Rousseau, Diderot, Hobach, Kant, Sade, Laclos, Marat, Bobeuf”, dejando de leer: “Schiller, Mirabeau, Bernardin de Saint-Pierre, Chénier y Madame de Staël”.
En 1943 cuando Breton escribía Arcane 17 en el Canadá, coloca en el mismo nivel de los aventureros del espíritu a aquellos que han considerado al hombre sin contemplaciones, exigiéndole conocerse profundamente o lo han puesto en mora de justificar sus “pretendidos ideales”: Paracelso, Rousseau, Sade, Lautréamont, Freud”, pero también… “Marat, Saint-Just” y refiriéndose a estos dos últimos nombres, añade: “la lista de este lado sería larga” (7).
Breton denuncia en Arcane 17 la enseñanza de la historia de Francia, tal como se ha practicado en las escuelas de la tercera República, tomando en primer lugar la falsificación del rol histórico de Robespierre. “Abajo Robespierre, además Louis XVI era un buen rey, aunque un poco débil (sic), pero el verdadero héroe nacional seguirá siendo venerado en la persona de Napoleón: esas eran las ideas generalmente imborrables, que la República Francesa dejaba que se le inculcaran a los niños, que en su inmensa mayoría no pasarían de la Primaria” (8). Por el contrario, tal como lo corroborará 10 años más tarde en Entretiens , por primera vez plantea aquí con mucha claridad que su acuerdo con el espíritu de la revolución de Robespierre y Saint-Just es completo y sin reserva: “Afirmo que hay un espíritu dentro de la grande y verdadera tradición Francesa que jamás hemos dejado de reivindicar, de hacer nuestro: el que se hace presente en los cuadrenos de los estados generales y que anima los decretos del 93; aquel que inspira, a través de las fluctuaciones de intereses en un problema y otro, tanto al movimiento de Port-Royal como a la Enciclopedia, que suscita a Benjamin Constant y a Stendhal, y que imprimió su marca característica al movimiento obrero a lo largo del siglo XIX”.
El rigor excesivo
Uno de sus principales poemas será titulado por Breton precisamente Los Estados Generales , escrito el mismo año que Arcane 17 . Aunque en este poema nunca hace alusión directa a la revolución Francesa, con el fin de marcar la continuidad perfecta de una revolución a la otra, evoca por segunda vez al viejo Delescluze de la Comuna yendo hacia las barricadas de Château d'eau y haciéndose matar el 25 de mayo de 1871 (9). Además, Sade, cuyo testamento recuerda Breton, hace parte del linaje: “Rousseau, Diderot, Holbach, Kant, Sade, Laclos, Marat, Babeuf”; linaje que prefigura al que precede a la comuna y que va a conducir desde el mismo pensamiento corrosivo y agitador de Lautréamont y de Rimbaud hasta el propio surrealismo. En el Second Manifeste de 1930, ¿acaso no se preguntaba como asegurando de antemeno la respuesta?: “¿Sade, en plena Convención, no se comportó como un contrarrevolucionario?” Entonces precisaba: “demasiados bribones (palabras que Robespierre utilizaba para señalar a los mismos que conspiraron su caída), están interesados en esta empresa de asalto espiritual para que yo los siga en ese terreno. En el campo de la rebelión ninguno de nosotros debe tener ancestros”. Para Breton este es el momento –1930– de revocación general de todos los valores y el momento de máxima duda con respecto a los hombres. Por ejemplo considera absurdo y lamentable que Robert Desnos se tome por lo que no es: “De todos modos qué idea más infantil: ¡ser Robespierre o Hugo!, todos los que lo conocen saben que esto es lo que le impide a Desnos ser Desnos”. Es cierto que Breton no se toma por Robespierre, pero se pregunta toda la vida quién puede llegar a ser, a quién puede frecuentar. El que Desnos responda al instante en términos del Comité de Salud Pública: “Con las primeras revueltas partirá hacia Coblence”, está dentro de la misma lógica de la acusación hecha por Breton. El hombre que escribió en ese mismo momento esta frase inolvidable: Yo persigo ser considerado un fanático y que después nos repite a su muerte que él busca el oro del tiempo ; el mismo que había decidido acabar con el antiguo régimen del espíritu y buscaba junto con Aragon lograr una nueva declaración de los derechos del hombre , evidentemente no podía ceder a la presión de los argumentos de la debilidad o la facilidad; que él haya provocado la exclusión de un cierto número de sus mejores amigos no es más incomprensible que los procedimientos de los Jacobinos al tachar a los amigos de su propio Club.
Un rigor excesivo crea un clima excepcional sin el cual, a falta de urgencia, todas las decisiones tomadas en común darían pie a cualquier impugnación, aún a la más fútil. Se ha compadecido a Danton, convirtiéndolo –antes de Mathiez– en una víctima de la “hipocresía” y “dictadura” de Robespierre del mismo modo que se ha compadecido a Desnos y Artaud; sin embargo habría bastado luchar y no ceder frente a las injusticias que podía cometer Breton, para que él mismo terminara aceptando su equivocación; ha aceptado su error con Desnos y Artaud, del mismo modo que con Victor Brauner y Matta. Guardando las debidas proporciones Robespierre también debió percibir ciertos errores suyos, especialmente en lo que concierne a la credulidad que demostró frente a las acusaciones de Fabre d'Eglantine contra los Herbertistas. Breton no estaba exento de esas debilidades y la carta de denuncia de una comparsa lo podía impresionar más que la impertinencia espontánea de algunos amigos suyos.
Breton se equivocaba con relación al carácter de unos y otros (por ejemplo Politzer) y si la “violencia expresiva” le parece a posteriori , tal como a los otros, “fuera de proporción con la desviación, error o falta que pretenden corregir”, incrimina no solamente el “malestar del tiempo”, sino también “la influencia formal de una buena parte de la literatura revolucionaria” (y cita en una nota: Miseria de la filosofía , Anti Dühring , Materialismo y Empirocriticismo , etc. (10), olvidando extrañamente, por esta vez, la violencia en la expresión de los revolucionarios del 93, la de Robespierre y Marat).
Tal vez existe una excepción al jacobinismo intransigente de Breton: su desconocida admiración por Benjamin Constant. En el primer Manifiesto escribe que “Constant es surrealista en política”, y si se recuerda que el famoso adversario de Napoleón que se sentía jacobino en 1792 escribió a comienzos del Directorio (1796) un folleto titulado De la force du gouvernement actuel de la France et de la necessité de s'y railler que se daría a conocer por entregas en el Moniteur de París un poco antes del arresto de Babeuf, veremos claramente su oportunismo. Más espectacular aún es su oportunismo en 1815, que comenzó con dos artículos violentos contra Napoleón el 11 y el 19 de marzo, cuando este último acaba de desembarcar de la isla de Elba. Su fuga consecutiva hacia Nantes donde quería embarcarse y después su regreso a París donde aceptó una invitación del Emperador, que lo encargó de la redacción del acta adicional a las constituciones del imperio y lo nombró consejero de estado. Esta oscilación entre el rechazo y la aceptación, este replanteamiento perpetuo de las decisiones y opciones ideológicas, ¿acaso no era, secretamente, para Breton, la actitud política ideal? El excesivo rigor del fundador del surrealismo, que lo llevó a privarse de algunos de sus amigos cuya estrella brillaba con más fuerza, estaba compensado a menudo por la ternura y la indulgencia extremada con todos aquellos que amaba. Al analizar cuidadosamente estos cambios frecuentes de actitud y la cantidad de reconciliaciones con aquellos que combatió más violentamente (Bataille en particular), podría concluírse sin duda alguna en el jacobinismo Constantiano de Breton. En cuanto a mí se refiere, estoy íntimamente convencido de que su muerte en 1966 –antes de mayo del 68 y la invasión de Praga– nos privó de algunas de las sorpresas más grandes que nos tenía reservadas en todos los planos. “Prestarse a los cambios insensibles que se dan en la naturaleza moral como en la naturaleza física” era para Breton, como para Constant, la única ley de gobierno que reconocieron. Pero él no quería más que un “derecho”: “el derecho exigente, el único, aquel que presidía los actos de la convención de 1793 (11)”, y del cual esperó hasta el final que surgiera una justicia nueva. 

De la imposible “Guerra Civil” a la imposible “Coblenza”

“Hay que poner el terror en el orden del día” decían los jacobinos. Breton y los surrealistas soñaron en enero de 1926, con una revista que se llamaría La Guerre civile . Victor Crastre, su secretario de redacción, no recibió más que cuatro textos (un ensayo de Breton, un artículo de Aragon, algunas páginas de Péret y de Leiris), que no fueron suficientes para editar el primer número. Crastre cuenta cómo con el fin de editar la revista hubo una reunión en casa de Breton, que estuvo precedida por muchas reuniones en el Cyrano , donde tomaban “whisky, ginebra, alcoholes nacionales y el aperitivo “mandarín” entre muchachas y celestinos, traficantes de coca y gentes de teatro, músicos de establecimientos nocturnos, bailarinas del “Moulin Rouge”, auténtico público popular , único aceptable para los “enemigos de la cultura burguesa”, en tanto mezclados con el “lumpen””. Los surrealistas leían, discutían, redactaban comunicados, –en esa atmósfera ruidosa por donde pasaban a menudo bellas mujeres– del mismo modo que los jacobinos tomaban decisiones levantando las manos en presencia de un público que concurría todas las noches a sus reuniones, en las cuales, dicen, el alcohol jugaba un papel nada despreciable. En 1790, en estado de agitación eléctrica, David, “pálido de entusiasmo” aceptó en el club de los jacobinos realizar el proyecto de un cuadro monumental destinado a celebrar el juramento del Jeu de Paume . Los surrealistas han renovado esta fiebre. Durante los meses que precedieron a la serie de discusiones sobre La Guerre civile , Marcel Fourrier, director de Clarté , había logrado controlar con su amigo Camille Fégy, la página literaria de la “Humanité”, a pesar de Barbusse. En esta página se editaron textos –únicos en la prensa de ese tiempo– defendiendo por ejemplo la provocación organizada por Breton y sus amigos en la Closerie des Lilas en el banquete de Saint-Pol-Roux. Sin embargo las columnas del diario del P.C. no apoyaron durante mucho tiempo a los surrealistas, aunque todo tiende a confirmar que Breton hizo lo posible por establecer una mayor unidad de acción entre los surrealistas y los comunistas: el paso de Boris Souvarine de miembro del buró político a la oposición del partido, así como el rol marginal y de oposición a medias de la revista Clarté , no favorecieron en ninguna medida la realización concreta de esta unidad.   No obstante se podía concebir aquella unidad en forma distinta al puro y simple abandono de la posición surrealista por los mismos surrealistas (12). El dogmatismo del partido impedía que la acción revolucionaria surrealista “se hiciera oír por el gran público”; caso contrario al de los jacobinos de las organizaciones políticas sobre las cuales pretendieron ejercer su influencia: la Comuna, la Convención y los diecinueve Comités. Considerando las obvias diferencias sociales, históricas y políticas, no deja de ser cierto que la actitud de los surrealistas con relación a las organizaciones políticas revolucionarias de la época, fue también la de un club independiente , que entusiasmado por la pasión de la justicia y de la libertad, buscaba realizar o en su defecto, estimular las decisiones concretas más favorables a la revolución. El que no hayan encontrado un interlocutor a la medida de sus exigencias no puede imputárseles, a pesar de todo lo que dijo Pierre Naville en el momento y de todo lo que se ha dicho después. Aunque desde un principio mantuvieron una posición idealista y subjetiva, concientemente y con arrogancia, era con el fin de marcar el carácter “desinteresado y aún totalmente desesperado” de su revolución, tal como lo dijeron en la Declaración del 27 de enero de 1925 . El brusco cambio que ocurrió en menos de un año, del idealismo absoluto al materialismo dialéctico, según propia confesión de Breton, se llevó a cabo “con demasiada precipitación”. Pero era justo que los surrealistas no cedieran todo el terreno conquistado a un control burocrático: el individualismo revolucionario era la única actitud coherente que podían oponer a la voluntad general de reducción y subestimación que afrontaban. Breton no lo formuló en estos términos; pero ¿cómo dejar de ver que es este mismo jacobinismo, fuente histórica del individualismo revolucionario el que le permitió no soltar la presa en ese momento a cambio de la sombra que Stalin echaría sobre la revolución rusa?

En A la bonne heure , texto escrito en 1953, Breton adopta las conclusiones del Comunismo de Dionys Mascolo citando: “No hay intelectual comunista posible, pero tampoco hay intelectual anticomunista posible, cada cual debe resolver esta contradicción por sus propios medios” (13). Además por errores de impresión de la edición hecha por Marguerite Bonnet, la segunda frase se saltó, lo cual llevó a la impresión por separado de la errata, lo que refuerza especialmente el impacto de estas “conclusiones”. En efecto, siguiendo la lógica más elemental del “sentido común” no se puede ser a la vez “individualista y social”, aunque así fueran, después de los Jacobinos, todos los intelectuales revolucionarios que no han confundido sus exigencias políticas con la fe ciega en un partido, o en el secretario general de un partido. Esta contradicción que Breton tuvo presente hasta su muerte, es la que impide la “normalización” de toda práctica política revolucionaria del individuo. Los jacobinos, exceptuando a Buonarotti, finalmente han sido víctimas de su intransigencia, y los mismos bribones conocidos que concurrieron al asesinato de Robespierre y de Saint-Just; todo el pequeño mundo que se remueve desde Tallien hasta Barras, pasando por Fréron, su acólito ruín, jamás supieron hacer otra cosa que tratar de ensuciar (como los autores de Cadáver ) a su propio creador. ¡Qué espléndidos hombres cayeron bajo sus golpes! Evidentemente es imposible comparar a Desnos, Limbour o Vitrac con los termidorianos de derecha: se habrían situado con gusto del lado de Billaud –Varenne y de Collot d'Herbois, y tal como lo sugiere el mismo Desnos en su artículo sobre el Second Manifeste , ellos acusaban a Robespierre-Breton de doble juego más que de crueldad revolucionaria: “Más burgués que ninguno, él tiene la palabra revolución en la boca, no porque le salga del corazón sino porque es un trozo demasiado difícil de tragar para el débil gaznate que su frágil estómago vomita. Breton es el tipo de personaje que vive de la idea revolucionaria y no de la acción”. “Con los primeros levantamientos partirá a Coblenza” es una afirmación, que como hemos visto sumerge a Desnos en la atmósfera de 1793 y 1794, más que en 1930. Pero en la actualidad son los neo-termidorianos de derecha los que tratan de desacreditar toda la aventura surrealista, en la cual no participaron más que pálidamente y claro está con todo el apoyo necesario de los numerosos enemigos comunes del surrealismo y el comunismo. Vivimos en 1973 una especie de Directorio sin guerra de Italia y sin Bonaparte, en que los raros sobrevivientes de la revolución surrealista no aspiran más que a vender sus memorias o editar sus obras completas, cuando contrariamente a Prévert, Mandiargues y Gracq, no encuentran una distancia individual en la meditación lírica y la fidelidad más clarividente. 

La amistad de las “Leyes Infames” 

“…no hay más moralidad que la moralidad del terror, ni más libertad que la implacable libertad dominadora”.
Louis Aragon, La Revolución Surrealista . Nº 2, 15, Enero 1925. 

La voluntad que manifesté de no censurar la antigua amistad Breton-Aragon me ha convertido en blanco de bajos insultos por parte de ciertas publicaciones reaccionarias, aunque de su bien conocida amistad sean testigos no solamente sus obras sino también las acciones conjuntas que llevaron a cabo: uno tiene derecho a evocar la ruptura Breton-Aragon y a tomar partido entre las dos, pero el tabú que sigue en pie y que se quiere expulsar de la historia cueste lo que cueste, es la complicidad y el pacto que hubo entre los dos. Al referirme a obras de hace medio siglo ( Le mouvement perpetuel , publicada en 1925, fue escrita entre 1919 y 1924), pareciera que se cometía sacrilegio al subrayar el carácter ejemplar de esta amistad, que únicamente las maniobras y diversos chantajes de los dirigentes del P.C. lograron romper.Esta amistad no se transformó en declarada hostilidad, sino después del comunicado de L'Humanité del 10 de marzo de 1932, en que Aragon denunciaba como “objetivamente contrarrevolucionarios” los ataques de Breton en el folleto Miseria de la poesía . En este folleto que Breton nunca volvió un libro y que merece por sí solo un estudio particular, aunque la crítica poética de fondo iba dirigida contra Frente Rojo , Breton tomaba la defensa pública de su amigo contra las leyes infames que se le aplicaban a Aragon en ese entonces, para lograr su exculpación en un proceso que lo exponía a cinco años de prisión (14).
El rompimiento parece haber tenido su origen en una nota de pie de página en que Breton traía a cuento las afirmaciones de un miembro del Comité Central (Y.F. posteriormente excluído del P.C.) que sólo podía conocer con esa exactitud de boca del mismo Aragon. Estamos alejados de las guillotinas y del tribunal revolucionario, pero tembién en 1794 una nota al pie de página podía romper dramáticamente las amistades: ¿cuánto tiempo después del 9º thermidor podía sobrevivir la amistad que unía a Robespierre y a Saint-Just? A veces los detalles más pequeños pueden conformar riesgos inmensos, en que los jugadores no juegan concientes del todo los roles que se les atribuyen.
En este caso la afirmación que Breton sacó a relucir se relacionaba con el amor y revelaba la estupidez y la mala fe de una “idiota” lo cual molestaba a Aragon por su rol de agente de enlace que los surrealistas le habían confiado con relación al P.C. Esto explica que en el momento que Breton le leyera las pruebas del texto Miseria de la poesía Aragon le haya pedido la supresión de la nota de pie de página. En cuanto a sus relaciones de entonces con Aragon, Breton dice: “entre aquellos que se comprendían mejor, una brecha infranqueable iba a abrirse”. Ahora bien, si él hace caer la responsabilidad del rompimiento sobre Elsa Troilet, quien tomó la iniciativa de viajar con Aragon y Sadoul a la U.R.S.S. y también sobre Sadoul que escapaba por este medio a investigaciones policiales en Francia, Breton precisa: “tal como lo conocía entonces, Aragon jamás habría intentado hacer algo que pudiera separarlo de nosotros”. Por el contrario hizo todo lo posible después de retornar de la U.R.S.S. para continuar siendo su amigo inclusive “retractándose públicamente” tal como Breton se lo pidió. Pero después de tantos días de discusiones y tensión contínua, esa nota de pie de página no “podía pasar” y: “Aragon se opuso formalmente; esa era una afirmación hecha al interior del partido que por lo tanto no podía hacerse pública. Como yo insistí en mi intención de no tener compromiso alguno en ese sentido, Aragon me hizo saber que la inserción de esa frase en Miseria de la poesía haría inevitable nuestra ruptura” (15). Exactamente en este punto las dos versiones divergen: Aragon cuenta que frente a su exigencia Breton había contestado: “Que ésto no valga” y tachó con un lápiz azul y rojo la frase incriminada. Después Aragon caminó desde la calle Fontaine hasta el inmueble en que vivía en la calle Campagne-Première y la portera le entregó un paquete al comenzar la escalera –una vez roto el sobre, el interior del paquete contenía un ejemplar del folleto editado (y por lo tanto imposible de corregir).
Este litigio no se tranza sin disponer de pruebas y no veo la forma de conseguirlas, a menos que se hiciera una investigación sobre el día y la hora del encuentro de Aragon en casa de Breton, junto con otra investigación acerca del día y la hora en que salió Miseria de la poesía . Pero estos dos hombres estuvieron demasiado cercanos y su pacto fue demasiado sincero y demasiado profundo para que el pretexto de la ruptura que los separó definitivamente, algún día no se analice históricamente con precisión e imparcialidad.
Por el momento todo lo que se puede observar es que una errata sin corregir se encuentra en el texto en cuestión y que este único lapsus implica un cierto nerviosismo o precipitación en un hombre tan escrupuloso y atento a cualquier error, como era Breton; lo cual no me impide estar de acuerdo con él, contra Aragon: en un país como Francia las afirmaciones imbéciles, aún si han sido dichas por un miembro del Comité Central por quien no se tendrá más que un interés relativo en considerarlo, deben publicarse por lo menos para favorecer o acelerar su exclusión. Nadie ha estado jamás interesado en esconder la criminalidad latente de la tontería: el indigno período staliniano que por entonces comenzaba, no hizo más que confirmar los pensamientos de Breton, y si a fin de cuentas Aragon reconsideró todo este caso de manera favorable para su gran amigo de la juventud, tal vez no sería pertinente comparar su actitud con la de Babeuf que después de aprobar a los thermidorianos, pronunció su “autocrítica” desde diciembre de 1794, en el Tribuno del pueblo . Después de 200 años en Francia no deja de asistirse a una crisis general de confianza con respecto a las actitudes políticas que caracterizan la vida de los intelectuales: la mayoría de las veces depende de una capacidad de ver, de mirar de frente los propios juicios erróneos. Nada es comparable en momentos históricos tan alejados y en circunstancias sociales tan diferentes: que la U.R.S.S. no es Francia en 1972 ni en 1932 es cierto, pero la historia se ha convertido en algo tan pesado y asfixiante que ha tocado esperar más de 30 años para que Aragon vuelva a hablar en sus textos amistosamente de Breton. Sin duda alguna existen abismos históricos en los cuales se buscará siempre en vano el fondo.
En cuanto a mí se refiere, siempre recordaré a Breton confiándome que había soñado cada noche con Aragon, durante varias semanas después de su ruptura del 32. La primera vez que visité a Aragon en 1967 recuerdo que me mostró la primera nota que le había mandado Breton, pegada en la pared y frente a la cual se sentaba a escribir en su apartamento de la calle Varenne. Hágase lo que se haga y cualquiera que sean los errores de unos, siempre incomparables a los de otros; aunque la verdadera amistad entre dos hombres se rompa, siempre guarda esa transparencia que exaltaba hasta tal punto a Saint-Just, que la querría consagrar en un templo. Las disensiones más violentas que desgarraron a los revolucionarios del 93 y del 94 los conducían a la muerte, mientras que las de los surrealistas no llegaban más que a silencios cortados por insultos: yo considero que esos silencios jugaron el papel de guillotinas mentales, puesto que más de una vez han interrumpido la mayor aventura revolucionaria que puede vivir un hombre: la que consiste en provocar las más bellas tempestades de la historia con algunos amigos. Los verdaderos amigos, que según me escribía Breton en 1966 se cuentan con los dedos de las dos o de una mano, pienso que nos han dado el ejemplo más puro y más arriesgado: los Jacobinos perseguidos hasta 1800, condenados a muerte como Topino Lebrun en 1801, mediante complots fomentados por la policía del primer Cónsul, esos jacobinos que habían sido jurados del Tribunal revolucionario o miembros de los Comités. Que algunos de ellos hayan cometido faltas imperdonables –tal vez era inevitable enviar inocentes y revolucionarios a la muerte. Pero el silencio que guardó Saint-Just desde la interrupción del grotesco Tallien el 9 thermidor y su perfecta dignidad hasta en el patíbulo, dominan desde muy arriba el desenfreno de los “bribones” que lo hostigaron junto a su amigo Le Bas, que lo siguió voluntariamente a la muerte, lo mismo que Agustin Robespierre que se suicidó por su hermano.
Las dos “horneadas” de 21 y 71 guillotinados que ensangrentaron los días 10 y 11 thermidor no hicieron más que interrumpir después de dos siglos, una revolución que falta completar integralmente en Francia. Es imposible, tanto aquí como allá, que la belleza de ciertas actitudes excepcionales no eclipse todo lo que ha podido comprometerlas o contradecirlas. 

El terror gris 

Dicen que los Jacobinos “fracasaron”… y que los surrealistas también. Entonces, qué decir del constante fracaso de sus enemigos, del cretinismo o de la triste debilidad de los petimetres, de los realistas, qué decir de la ceguera y de la pedantería de los falsos historiadores, de los cientificistas de todo tipo que se atreven a juzgar desde la altura de su ignorancia imperdonable –la de aquellos que publican un pastiche de Rimbaud por uno ciento (16) – ¿decir que es una empresa que tendía, nada menos que a eliminar completamente toda clase de porquería intelectual de la superficie de nuestro planeta? ¿Con qué derecho se atreven a decidir, el día y la hora en que según su corta perspectiva y sus pequeños intereses el surrealismo se habría frenado? Temiendo la persistente rivalidad de su poder oculto, prefieren verlo morir el día que rompieron con él y, por ejemplo, no dudan hacerlo morir 20 años antes que su fundador. Ciega mezquindad: tú no podrás cretinizar por mucho tiempo aquellos que oyen, aquellos que ven, todos los otros que verán. Breton ha denunciado algunos de esos tramposos, como “asociaciones de malhechores”, así como Robespierre –acusado de dictadura por esos mismos que jugarían a los tapetes rojos para aprobar la coronación de un emperador–. Los distinguía entre todos como aquellos que si él hubiese sido el tirano que ellos denunciaban, se habrían arrastrado sedientos de oro hasta sus pies : traidores y oportunistas. Breton declaraba que la imprudencia con que los más insignes charlatanes y falsarios se apropiaron de los principios de Robespierre y de Saint-Just (17), testimonia la alteración que sufre toda toda gran idea “desde el mismo instante en que entra en contacto con la masa humana, pues deberá adaptarse a toda clase de espíritus diferentes al que la originó”. Hoy en día vivimos la época de esta degradación, de esta alteración general . Los “eminentes practicantes” que como “la Corday, Tallien, Napoleón Bonaparte y el Señor Thiers” limitan la libertad “a tiempo”, como si fuera una “enfermedad del crecimiento” (18), se multiplican de nuevo por todos lados como ratas o más bien como gallinazos. En el campo de la crítica, como en el de la historia y la política, sus émulos del presente quieren legislar en el territorio de los más grandes aventureros del pensamiento: “aquellos que han tomado al hombre sin contemplaciones”, y allí se rompen las alas. Breton profetizó en 1942 “el retorno del padre Duchesne” en un texto en que imita perfectamente la escritura hablada de Hébert. Una profecía de este tipo tomará el tiempo que quiera para realizarse, pero no ha sido pronunciada en vano: mayo de 1968 ya la mostró desacreditando de una vez por todas el mito de cualquier autoridad (aún “marxista”) que quisiera por ejemplo impedirnos seguir hasta el final el movimiento de esta frase : “¡pero joder! mira la calle, es suficientemente curiosa, equívoca, suficientemente protegida y sin embargo ella va a ser tuya, ella es magnífica! (19)” –la calle en donde lo imposible puede ocurrir: por ejemplo, el hecho de morir y vivir al mismo tiempo: sí, como Delescluze. 

El gran terror
“Yo considero de suma importancia continuar los actos de terror que los surrealistas han ocasionado”.
Max Ernst (20) 

El individualismo revolucionario que se opone tanto a cualquier centralización como a toda dictadura –vencerá un día a la policía de las ideas fijas y de los conceptos, o la libertad morirá con él… En vísperas de la última guerra, en 1939, los surrealistas firmaban un comunicado de la F.I.A.R.I. titulado: ¡ABAJO LOS DECRETOS LEYES, ABAJO EL TERROR GRIS! En 1972 las Bastillas no solamente siguen de pie sino que se construyen otras: “modelos” del género. Hoy en día, tal como en 1925, “la idea de revolución es la mejor y más eficaz salvaguarda del individuo”.
En su conferencia en la residencia estudiantil de Madrid del 18 de abril de 1925, Aragon declaraba: “Ustedes van a reír y considerar una burla que gente sin poder alguno, que no son nada, sin plata, sin hipocresía, hablen de repente sobre la revolución y adopten desde un comienzo el tono y todo el aparato mental del Gran terror . Sin embargo, este hecho sin precedentes en la historia humana es el que acaba de unir a aquellos que no se creían más que en ese solo vínculo, la poesía, y en cierto gusto por lo insensato (21)”.
Debe comprenderse que sin esta referencia explícita, provocante, subrayada e insistente, a la Revolución Francesa y al terror, el surrealismo no habría podido dominar con todo el largo de sus alas, una época de mediocridad, de prudencia pequeño burguesa y de estupidez. Ya es tiempo de medir la actualidad y la pertinencia del surrealismo. Censurar la voluntad revolucionaria de los Jacobinos surrealistas será en vano, pues ellos han llenado para siempre la poesía de una misión subversiva, y los individuos están interesados en realizarla hasta el final, a menos que quieran ser desposeídos de todos sus derechos conquistados desde hace ya casi 200 años.     

Traducción: Roberto Franco. 

(*) “Les jacobins surréalistes”. Texto extraído de De l'individualisme révolutionnaire , Ed. 10/18, París y publicado en su traducción castellana en la revista «ECO» nº 228, Bogotá, oct. 1980. Extraido del internet de http://www.archivosurrealista.com.ar/Paris44.htm

(1)  En “Clarté”, 1925.
(2) En Le drame du surréalisme , por V.Crastre, Editions du temps, 1963.
(3)  En La révolution surréaliste , nº 2, 15-I-1925.
(4)  Entretiens , p. 119-120, Editions Gallimard.
(5)  En Perspective Cavalière , entrevista de Dic. 10, 1964. Ediciones Gallimard, 1970. (Debe notarse con respecto a Delescluze, que en el Concejo de la Comuna hizo parte de los que llamaban precisamente los Jacobinos ). Las emisiones de televisión antes citadas son de Stella Lorenzi y de Alain Decaux.
(6)  En el Segundo manifiesto del Surrealismo .
(7)  Arcane 17 , Coll. 10/18, 39
(8)  Idem, p. 42.
(9)  En Signe Ascendant , Coll. Poésie, Gallimard p. 66 Cf. “Dictionnaire de la Commune” por Bernard Noël, p. 118-119, Hazan edit. 1971.
(10)  Cf. Advertissement pour la réédition du Second Manifeste (1946).
(11)  En Martinique charmeuse de serpents en colaboración con André Masson, Editions Sagittaire, París, p. 77.
(12)  En relación al escrito de Victor Crastre, El drama del surrealismo , André Breton escribe que él “supo mejor que cualquier otro despejar la atmósfera de esta época” (Cf. Entretiens , p. 121).
(13)  Perspective cavalière , p. 28.
(14)  Miseria de la poesía , “El caso Aragon frente a la opinión pública”. Ediciones Surrealistas, 1932.
(15)  La afirmacion –con la errata– era la siguiente: “ustedes no persiguen más que complicar las relaciones tan simples y tan sanas del hombre y de la mujer”. Apuntaba a un texto de Dalí titulado “Rêverie”, publicado en La Revolución Surrealista nº 4. (sic) [En este punto, el autor se confunde de publicación: se trata, no de La Revolución Surrealista , sino de El Surrealismo al Servicio de la Revolución ; y el texto de Dalí mencionado, apareció en el nº 4 de esta última (diciembre de 1931, págs. 31-36) –Archivo Surrealista ].
Cf. Entretiens , p. 161-168.
(16)  Cf. Flagrant délit , Coll. Libertés. J.-J. Pauvert, 1964.
(17)  En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(18)  Arcane 17 , p. 114.
(19)  En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(20)  En Varietés , p. XV, junio 1929.
(21)  Texto de la conferencia de Aragon, en el tomo II de L'œuvre poétique , Livre club Diderot, 1974.

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